"Il Giocatore" barroco, reguetón y filosofía
- Manuel Alméstar
- 20 jul
- 3 Min. de lectura
¿Puede una ópera compuesta por un adolescente del siglo XVIII dialogar con una generación que escucha reguetón y hace scrolls infinitos en TikTok? ¿Puede la historia de un marido ludópata y manipulador transformarse en una crítica afilada sobre los abusos de poder? El Festival Ópera a Quemarropa cierra su edición más provocadora con una respuesta contundente.

La propuesta de Il Giocatore, compuesta por Niccolò Jommelli es rescatada en clave contemporánea por Forma Antiqva y dirigida escénicamente por Ana Contreras. El montaje combina elementos del pasado y del presente con una frescura insolente: vestuario inspirado en íconos pop como Rosalía o Bad Bunny, y una escenografía digital a cargo de Violeta Némeces, que convierte los fondos en paisajes urbanos intervenidos por inteligencia artificial. Todo en esta producción busca incomodar, estimular y sacudir.
Desde el punto de vista musical, Forma Antiqva vuelve a demostrar por qué es una de las formaciones más sólidas del panorama barroco actual. Su lectura es refinada, articulada, precisa. Frases largas, dinámicas bien trazadas, aire fresco en cada compás. Se nota el oficio, pero también la complicidad entre los músicos, que saben que el barroco no es museo, sino latido vivo.
La soprano Pilar Alva (Serpilla) demuestra, una vez más, que está consolidando una carrera coherente y poderosa. Su timbre claro, el color preciso para el repertorio barroco y una dicción pulida la convierten en una intérprete ideal para esta partitura. Canta con gusto, con intención y sostiene el arco dramático con inteligencia. A su lado, el barítono Javier Povedano (Bacocco) despliega toda su versatilidad con una voz redonda y de muy buena proyección. Compone un personaje lleno de carisma y comicidad. La interacción entre ambos fluye con naturalidad. Ambos logran un empaste admirable y mantienen la acción cómica a lo largo de los tres actos.
La narrativa de Il Giocatore mantiene el núcleo original de una mujer quiere divorciarse de su marido ludópata; él se hace pasar por juez para chantajearla y, tras descubrirse el engaño, llega una reconciliación que hoy se lee con otros ojos. El montaje no pretende disfrazar el final, sino tensionarlo, obligándonos a preguntarnos ¿Qué pasa cuando lo que antes era comedia hoy resulta problemático?
Ahí entra la escena visual, donde las imágenes de Madrid tratadas digitalmente y personajes animados que observan, critican y se burlan de lo que ocurre en la escena. Solo al final estos personajes digitales irrumpen desde la platea, rompiendo la cuarta pared con una interpelación directa al público. El gesto es valiente aunque provoca una disonancia. El golpe performativo interrumpe la atmósfera musical y narrativa cuidadosamente construida hasta ese momento. ¿Funciona? Depende del espectador, pero el valor del gesto reside precisamente en ese riesgo.
Esta propuesta lanza preguntas sin ofrecer respuestas cómodas. ¿Debe el arte adaptarse a lo políticamente correcto? ¿Debe edulcorar su contenido para agradar, o debe incomodar para activar el pensamiento? ¿Tiene el arte una obligación pedagógica o, más bien, un deber de provocar reflexión crítica? Il Giocatore no quiere ser fábula ni sermón. Su fuerza está en el desequilibrio que genera, en el choque de lenguajes y tiempos, en la incomodidad de un final que no se puede aplaudir sin más. Como muchas de las historias heredadas, su contenido no encaja con la sensibilidad contemporánea; sin embargo, su valor está en cómo nos obliga a mirarnos de nuevo.
La ópera, el teatro, la música y todas las artes no están para repetir lo que ya sabemos. Están para abrir brechas, para incomodar, para decirnos —incluso desde el siglo XVIII— que aún hay mucho por revisar. Il Giocatore, con su barroquismo sonoro, su puesta urbana y su osadía crítica, ha sido la apuesta para el cierre de la segunda edición del Festival Ópera a Quemarropa que no ha querido solo complacer, sino provocar, encendiendo preguntas que seguirán resonando mucho después del último acorde. Porque el arte que sacude no termina con un telón que cae, sino que comienza cuando salimos del teatro.
Reparto: Serpilla: Pilar Alva Bacocco: Javier Povedano; Músicos: Forma Antiqva; Videoescena: Violeta Némec; Coro: Isabel Real y otras cantantes de Sonora; Dirección musical: Aarón Zapico; Dirección escénica, dramaturgia e iluminación: Ana Contreras; Producción: Forma Antiqva con recuperación del Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU)
















Una ópera barroca que se atreve con reguetón e IA: provocadora, incómoda y necesaria. Bravo.
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