Más drama que en una telenovela: Eugenio Oneguin en el Teatro Real
Actualizado: 1 feb
Si creías que las telenovelas tenían el monopolio del drama, es porque aún no te has sentado a ver Eugenio Oneguin en el Teatro Real: Giros emocionales, cartas de amor que jamás debieron escribirse, duelos fatales y arrepentimientos tan profundos que podrían llenar horas de programación en horario estelar. La obra maestra de Pushkin, con música Chaikovski, supera cualquier trama de amores imposibles que puedas encontrar en el canal de turno.
El pasado miércoles 22 de enero el Teatro Real estrenó, esta versión de Eugenio Oneguine en coproducción con La Opera de Oslo y el teatro Liceu. Dirigida por Christof Loy (escena) y Gustavo Gimeno (musical) esta ópera lleva el drama a un nuevo nivel:
Tatiana, la soñadora heroína, declara su amor a Oneguin con una carta que bien podría ser el monólogo final de una villana de telenovela, y ¿qué hace él? La rechaza con una frialdad que haría palidecer al mismísimo villano de culebrón. Años después, cuando finalmente se da cuenta de que está loco por ella, resulta que ya está casada y, claro, no piensa volver atrás. ¡Toma karma operístico! Y como toda buena telenovela, también hay un amigo traicionado (Lenski), un duelo que nadie esperaba y un final que deja al protagonista sumido en el más puro dolor. Lo único que falta es alguien perdiendo la memoria, pero con el nivel de tragedia aquí, probablemente ni lo notaríamos.
Esta producción ofrece una lectura visual y conceptual audaz de la obra maestra de Chaikovski. Loy divide la ópera en dos actos con atmósferas radicalmente distintas: el primero se desarrolla en un entorno doméstico que subraya la juventud e inocencia de Tatiana, así también, centra la atención en “las víctimas de Eugenio” más que en Eugenio. El segundo acto adopta una abstracción escénica minimalista que pone de relieve la soledad existencial y el tormento emocional de Oneguin. Esta transformación escénica, marcada por un diseño aséptico y simbólico, ha polarizado al público. Mientras algunos valoran su capacidad para destilar la esencia psicológica de la obra, otros lamentan la ausencia de elementos más tradicionales, lo que ha dado lugar a una mezcla de aplausos entusiastas y abucheos visibles al final de la función. Sin embargo, esta es la apuesta de Loy, por regresar a la ópera creada por Chaikovski para estudiantes de conservatorio. Desde el podio, Gustavo Gimeno demuestra un dominio absoluto de la partitura. Su dirección se caracteriza por una técnica precisa y una sensibilidad emocional que permiten un equilibrio perfecto entre los momentos íntimos y los episodios de mayor intensidad orquestal. Su lectura logra mantener la tensión narrativa, enriqueciendo cada escena con un sentido orgánico que conecta al público con la profundidad de la trama.

En lo vocal, el elenco reúne artistas que, además de cumplir con las exigencias técnicas de sus roles, destacan por su capacidad de transmitir la complejidad emocional de sus personajes. En particular, Bogdan Volkov, como Lenski, ofrece una interpretación conmovedora de su aria "Kuda, kuda vy udalilis", mostrando un control exquisito del fraseo, los fiatos y una dicción clara que subraya el carácter lírico y trágico de su personaje. Por su parte, Iurii Samoilov encarna a Oneguin con una mezcla de arrogancia y vulnerabilidad, apoyado en una voz de timbre robusto y gran proyección. Su actuación destaca sobre todo en la segunda parte, donde explora con profundidad el dolor y el arrepentimiento del personaje. Kristina Mkhitaryan, en el papel de Tatiana, deslumbra tanto vocal como actoralmente, incluso cuando la propuesta escénica la lleva a interpretar una Tatiana que, por momentos, parece atrapada en una melancolía casi opresiva y con tintes de "aguafiestas". Sin embargo, su interpretación de la célebre "escena de la carta" es un verdadero tour de force: Mkhitaryan combina una pureza vocal impecable con un dominio extraordinario del legato y una capacidad para sostener líneas largas que hipnotiza. A ello se suma una intensidad emocional genuina, capaz de traspasar la barrera del escenario y conmover profundamente al público. La experimentada mezzosoprano Elena Zilio, en el rol de Filípievna, aporta una presencia escénica que equilibra el conjunto. Su actuación, cargada de humanidad, añade un toque de calidez y sabiduría, haciendo que su breve participación sea inolvidable.
Como en cualquier gran telenovela, esta producción consigue dividir al público, que no termina de posicionarse entre el amor y el odio hacia sus decisiones escénicas y narrativas. Al final, Eugenio Oneguin no solo enfrenta a sus personajes a sus propios errores y pasiones, sino que también pone a prueba la capacidad del espectador para dejarse llevar por un drama tan conmovedor y atemporal. Si el público termina entre aplausos y abucheos, quizás sea porque, al igual que en el amor, nadie puede salir completamente ileso.
Dirección musical: Gustavo Gimeno; Dirección de escena: Christof Loy; Dirección del coro: José Luis Basso;
Lárina: Katarina Dalayma; Tatiana: Kristina Mkhitaryan; Olga: Victoria Karkacheva; Filípievna: Elena Zilio; Eugenio Oneguin: Iurii Samoilov; Lenski: Bogdan Volkov; El príncipe Gremin / Zaretski: Maxim Kuzmin-Karavaev; Capitán: Frederic Jost; Monsieur Triquet: Juan Sancho
Comments